Dicen que los números gobiernan al mundo. Si es así, el Perú es la excepción que confirma la regla. Durante los últimos treinta años, en nuestro país se hacen encuestas y sondeos para conocer como piensa, actúa y siente la opinión pública. Las encuestas son -como dijo alguna vez César Hildebrandt- el fruto del pulseo de la realidad, de ésa que todos, periodistas y ciudadanos, debemos observar día a día, escritas en números y porcentajes. Si alguien quiere saber cómo está un país, que haga su propia muestra: que hable con sus habitantes (sobre todo con los taxistas) antes de creer sesudos análisis de intelectuales de café que no contrastan su visión ni con el sentido común. Aquellos que la ven desde su torre de marfil, desde su ghetto privado y desde su escritorio, de esos, probablemente que están atiborrados de estudios de opinión con información valiosa.
¿Por qué las encuestas - básicas y de múltiples aplicaciones en marketing, publicidad y negocios - no tienen un correlato en las políticas de gobierno? Las posibilidades son muchas, pero las respuestas pueden ser dos. Porque las autoridades no saben leerlas o porque no quieren hacerlo por defender sus intereses y la de sus grupos afines. Ésa puede ser la única explicación por la cual la opinión pública reclama, por ejemplo, el voto voluntario y rechaza la creación de un Senado, pero la dirigencia política le da la espalda, o como en el caso de mayor seguridad o efectividad de los programas sociales, o la lucha efectiva contra la corrupción, y una serie de pedidos atendibles. Porque también es cierto que puede ser irracional.
Pero lo peor de todo es que las encuestas reflejan y refrendan lo que todos los ciudadanos comentan: el sistema político en el Perú, al que llamamos democracia, es improductivo. No es casual entonces que el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) la haya definido alguna vez como de “baja intensidad”, lo que significa en buen romance, mediocre. Y esa percepción no ha variado, si analizamos los estudios de opinión que aparecen periódicamente en los medios.
Además, la misma opinión pública responsabiliza de ello a los políticos de todos los sectores, y desconfía de todos, configurando un “ateísmo cívico”, donde el ciudadano no cree en las instituciones. Y que no se diga que “cada pueblo tiene el gobernante que se merece”, porque en el Perú eso es falso. Tenemos los gobernantes que estos grupos nos imponen. Y los ciudadanos, hablando en términos marketeros, tenemos que escoger entre dos productos - multa mediante - el menos malo. Nada más antidemocrático.
El pueblo, desinformado, desengañado, pero no tonto, define el sistema como corrupto y mal distribuidor de la riqueza. Eso, unido a la incompetencia donde el 60 % de los ingresos del Estado se van en planillas, completa el panorama.
Las encuestas son herramientas valiosas que deberían ser empleadas en la gestión del Estado con vistas a mejorar la dramática situación que viven nuestros compatriotas, principalmente en la sierra sur y en la selva, las zonas más desatendidas y coincidentemente, así como recurrentemente más anti sistémicas. No se trata pues de decir, como lo hizo alguna vez un despistado clase mediero ¿Cómo es posible que Ollanta Humala esté encabezando en las encuestas? Pero si el Perú tiene alrededor de 30% de pobreza, pésimos servicios, altos impuestos, esto no debería sorprender. Porque la política debe solucionarnos los problemas o permitir que lo hagamos los ciudadanos. Pero en nuestro país estamos, casi siempre, solos en esa lucha.
Estos problemas no se arreglan sólo con elecciones. De seguir así esta situación, puede ocurrir - como nos dijo Luis Benavente, vinculado al Grupo de Opinión Pública de la Universidad de Lima - que las elecciones de este año y las presidenciales del 2011 sean más dramáticas que las del 2006. Porque la política es nuestro deporte de aventura, no los autos de carrera ni el parapente, como en los países democráticos, desarrollados, aburridos y predecibles.
No confundamos elecciones con democracia sin estado de derecho, como nos mencionó alguna vez José Luis Sardón, ni crecimiento económico con desarrollo económico. Ni clasificaciones a mundiales con ser potencia futbolística. Pero de eso hablaremos en otra ocasión.